
En los últimos 30 años, la sociedad dominicana ha parido una peste endemoniada, que apuñala el corazón, hiere la dignidad, la paz y el sosiego nacional, y casi aniquila el alma y la conciencia más pura de los buenos dominicanos de ayer y de hoy.
Esa peste maldita, como fiesta de brujos desalmados, de dráculas insaciables o de bestias de inframundos, hace estragos y cobra vidas y derrama sangre, sin cesar, de miles de nuestras mujeres, ancianos, niños, niñas y adolescentes, en gran mayoría, exentas de pecados carnales, malicias, perversidades y otras aberraciones degradadas y degradantes del ritmo socio-cultural- diabólico de estos tiempos.
Aunque jamás debemos conformarnos con ello, esas orgías de sangre y muerte también apuñalan y matan con implacable furor a otros países de mayor dimensión social, económico y cultural que el nuestro, de todas las latitudes, conglomerados que antes creíamos perfectos, pero que va, son tan mortales y frágiles como los dominicanos.
Para mí esa peste de sangre y muerte está expandiendo sus alas venenosas con mayor intensidad que el cólera, el sida, el coronavirus o el COVID-19. Es el cáncer que nos abate y disminuye a todo vapor, sin que tengamos a mano un arma o un psicótico colectivo terapéutico y potente para detenerla o reducirla a su mínima expresión.
Considero que el Vendaval de crímenes pasionales, por venganza, ajustes de cuentas, envidias sociales y de otras características de las últimas 3 décadas, desnudan nuestra naturaleza, infeliz, mediocre y alejada del amor de Dios y de la sana conciencia cívica. Cuando un hombre supuestamente celoso, asesina a su mujer se aparta del Creador y se entrega al mismo satanás que le indujo a tal ignominia.
Cuando se produce un hecho como ese; o cuando el agresor viola y asesina una niña o niño, adolescente o anciano, esta asesinando dos vidas, que lacera casi de muerte a toda la sociedad, o al menos a la parte decente y de conciencia limpia y forjadora de virtudes y sanas costumbres.
El mismo drama de dolor abrumador, de impotencia y de terror colectivo, sentimos en todas partes del mundo, cuando un desquiciado, fusil en manos, dispara indiscriminadamente contra niños, adolescentes y maestros de una escuela, tienda o supermercado, matando no solo vidas inocentes y puras, sino también la esperanza y los mejores sueños del porvenir.
También resulta lacerante y desolador, cuando un médico, una enfermera de un hospital público, o de una clínica privada, dejan morir a un recién nacido por indolencia, negligencia y falta de sensibilidad humana, resulta devastador.
Pienso yo que muchos de esos comportamientos violentos y criminales, están estimulados por el inmediatismo, la vanidad, el odio, el deseo imparable de lujo, de dinero fácil y placer. También por el consumo de drogas, alcohol en exceso y por la malsana influencia del reguetón, el rap y el hevy-metal.
Ojalá, pudiéramos separarnos de esos lastres pervertidos, para recuperar los valores de antes, la dignidad perdida y los mejores anhelos y propósitos que nos marcaban como un pequeño país repleto de amor al prójimo, a nuestras mujeres, niños y envejecientes.
Todavía hay esperanza de lograrlo con solo pensar mejor, acercarnos a Dios y abrazar el amor que gratuita y generosamente nos regala el Todopoderoso. Seamos mejores dominicanos y paremos ese ímpetu de maldad, de sangre y muerte.
jpm-am